Otra vez. Otra vez. Otra vez.
¿Otra vez?
Puede que sí,
otra caída ante unos ojos de luciérnaga,
tan verdes y luminosos;
otra vez, sin pretenderlo ni esperarlo,
de hecho, sin esperar nada todavía,
puesto que está tan lejos,
muy lejos
de mi suerte.
Otra vez. Quizá.
Pero ahora, cuando le miro, y casi sin conocerle,
me lleno de un poco de frío
(sólo un poco)
que para el mundo.
Y cuando me permito un paseo por su cuerpo, en la distancia,
cambio el frío por un mucho
(ahora mucho)
de ternura inconcebible e insensata.
Otra vez. Quizá otra vez.
Aunque me lo tome a risa, piense "ya pasará",
y no vea un solo atisbo de reciprocidad
que alimenta el desvelo
ha entrado en mi sueño.