miércoles, 5 de octubre de 2011

Espero te desvanezcas pronto,
y dejes paso
a la tranquila indiferencia que fue
la rutina


Espero que esto sea suficiente
como pago 
por los servicios prestados: no es posible 
besar
a los ausentes
Qué tontería... Casi no he tenido ocasión de acercarme a ti y ya te has ido. Por decirlo de algún modo. Porque ¿qué es si no haberte convertido en tanto silencio?. El jueves, día clave para ti, día en el que todo cambia, me dices. Y te quiero preguntar qué pasó el jueves para marcharte de este modo, "que aquí no ha pasado nada", pero supongo (indiscreción aparte) que no responderías. Así que me quedo inconforme con otro trozo más de tu silencio. 

Invade el aire un olor a ridículo, a golpe fuerte de timidez, a tristeza.

Y sabe un poco amargo. Será algún tipo de infección melancólica que no consigo erradicar apelando a la lógica, al desconocimiento de tu persona: porque echo de menos lo que intuía de ti, la puerta entreabierta, las palabras, la música, la presencia impalpable, tantos besos casi prometidos.

Has sido el amor más rápido e inesperado de mi vida. Aún no he podido procesar la sorpresa de las sonrisas nuevas y ya has desaparecido. A lo mejor, en tu melancolía, te parece hermoso, y puede que lo sea; pero nunca tanto como pudo ser el descubrimiento tras la puerta. Bajo una manta. Sin prendas.

Una vez más, espero saber tirar la toalla, espero curarme a pesar de lo agridulce del ansia que no calmamos. La brevedad jugará a mi favor. O eso espero.



martes, 27 de septiembre de 2011

Me gustan sus jodidas patillas. Procuro no mirar, pero encuentro alguna excusa, las miro, y resoplo. Me acuerdo de cómo evita cruzar la mirada, pero que cuando la cruza se queda enganchado. Y entonces empiezo a rebuscar algún color que describa el de sus ojos. Nada, no puedo. Desgreñado, con ojos de color imposible, ademanes derretidos, barba cuidada, y unas patillas que sólo me dirigen a su cuello. Qué hambre... Se hace complicado no preguntar, no saber, no mirar; sobre todo cuando tienes la certeza de que sería más que factible. ¿Cómo vencer la curiosidad? Lo dicho: se hace complicado. Malditas novedades...


[...]


La sensación de ansia crece.


No poder tener algo que se quiere hace que se quiera más. Los pensamientos que fomentan ese ansia se enquistan en el puto cerebro: cómo será el primer tacto de sus labios, cómo rozará los míos con la punta de su lengua... Aunque consigas parar ahí, sólo con eso, cómo despegarse de una sensación tan deliciosa...



Se me seca la boca. Y la realidad no está aquí para arreglarlo.


[...]


Y lo que más me cuesta es no decírselo.

viernes, 23 de septiembre de 2011


Eres silencio que se cuela en la cabeza y, sin que me percate, llena todo en nube confortable, impidiendo filtrar el mundo con otros ojos que no tengan el color de los tuyos. Eres extrañamente delicada, casi frágil, mientras sé que puedo esperar de ti un golpe tan rotundo como amable que me deje sin respirar. Cuando creo que puedo ver a través de ti haces algún movimiento que descoloca todas las piezas del tablero, me desarmas y te ríes. Y yo no puedo hacer otra cosa sino reír también, porque por mucho que atisbe pliegues de futuro incierto contigo cerca y lejos a la vez, tengo que rendirme: no encuentro un sólo motivo para distanciarte en mi vida.

Eres sencilla. A veces peco de soberbia y te defino "simple", hasta que inevitablemente llega una crisis más en mi estupidez,  intuyes que algo malo vuelve a atravesarme y acudes al rescate, con esa "simplicidad" tuya de análisis y palabra. Eres, simplemente, sabia. Algo inesperado en tu hermosa juventud.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Voy a escribir hasta que me cortes, sólo porque siento agradable "tenerte aquí", detrás de un puntito verde que no significa apenas nada. 

Voy a escribir intentando que no se me escape pulsar la tecla que envíe lo que escriba, porque no estoy segura de que sea buena idea (una imprudencia más) dejar correr los dedos sobre teclas intentando hacer un mal poema para alguien que apenas conozco, pero alguien a quien haría todas las preguntas y ninguna, mejor cuanto más cerca posible te tuviera, para conseguir, con suerte, recrear la sombra de una complicidad imaginaria.

Las cicatrices duelen. Debe ser el cambio de tiempo, junto a las noticias que llegan, recientes y a la vez desvaídas. Se acentúa la soledad y no encuentro nada que consuele el latido que duele sobre la herida cerrada. Por eso escribo y, tras la vergüenza, deseo que se deslice el dedo que te envíe este error, para ver si eres consuelo, aunque pasajero, a esta mirada hueca que decido volcar hoy sobre mi vida. 
Ni siquiera el domingo
voy a poder verte,
que es cuando uno engorda de pereza.


Te desvaneces
despacio y con parsimonia
la misma parsimonia que
borracho
mostrabas camino de perpetrar un robo:
el de un beso que no quise.


Y por eso ahora adelgazas
y adelgazas
y te vas
despacito
arrastrando lo que queda de verano
en el tímido comienzo de tu melancolía,
llevándote contigo la oscuridad 
de ese beso que ahora quiero.

martes, 20 de septiembre de 2011

Quiero los cuarenta y seis besos que me prometiste,
ni uno más
ni uno menos,
todos en fila
y desordenados
paseando sin sentido por tus labios y mi cuerpo,
dejando al azar
el nacimiento de nuevas fuentes
sin culpa
inesperadas
y esperadas
como el juego de cuarenta y seis piedras 
que danzan sobre el lecho de un río.



lunes, 12 de septiembre de 2011

¿Más frío? Imposible. Con la ropa calada de agua y cerveza, a finales de septiembre, no puede sentirse más frío. Las risas ya no son suficiente para mantener el tipo y permanecer, valiente, en medio de la calle, en medio de la fiesta, tiritando. Así que la mejor opción es una huida silenciosa. ¿Hacia dónde? Hacia el río. Hacia el nacimiento de todo el agua que llevo encima.

Cerrar los ojos. Respirar. Abrirlos y mirar al suelo. Así nadie se da cuenta de mi marcha. Me deslizo en silencio y humedad entre la gente y voy, paso a paso, alejándome de la bulliciosa calleja. La tiritona no parece remitir, pero no encamino mi percha destemplada hacia casa, sino que sigo avanzando. Al rato, me encuentro a solas caminando sobre el polvo que enmarca las piedras y el agua, llegando a mi destino. 

Sólo se oye agua entre piedras. Sólo el olor del calor del día apresado en ellas, acompañado del de zarzas y escamas escondidas. El olor que más me calma. Sonrío y me acerco a la orilla de la charca. Es como estar en casa. En calma y sin más preocupación que no estampar algún dedo contra una roca que oscile al pisar. Río en voz baja ante la idea de correr sobre las piedras como un loco, pero la desecho. Prefiero terminar saciado de agua, y comienzo a desvestirme. Son sólo dos o tres prendas, que dejo medio escondidas entre las rocas cercanas a la chorrera. Con cuidado para no resbalar, meto un pie, luego el otro: no está tan fría, supone un alivio, así que me meto deprisa y disfruto del sorprendente contraste contra el frío de mi cuerpo.

Buceo, me deslizo sobre las piedras hundidas y conocidas. Emerjo, cojo aire y vuelvo al fondo. Nadie salvo yo está presente, es todo un lujo. Vuelvo a la superficie: la luz se está poniendo despacio, se filtra entre los chopos del camino y ese bendito silencio acogedor. Nado hasta la piedra que hay en medio del charco y allí me tumbo boca abajo, sin cuidado, con la mitad del cuerpo hundida. La luz ha seguido poniéndose y las siluetas destacan sobre los colores apagados. Recobro lentamente el movimiento: me deslizo y hundo perezosamente cuando, por sorpresa, veo aparecer una figura conocida. Siento vergüenza, excitación, miedo... Me escondo protegido por la piedra.

Observo: repite prácticamente todos mis pasos, con la prudencia extremada para evitar ojos indeseados. Sorprendido, observo el mismo disfrute que he vivido yo en su cuerpo desnudo contra el agua. Recorre el charco, lo conoce, lo disfruta. Y es cuando mi pánico aumenta al ver que se dirige hacia mi escondite, algo predecible, sabiendo que ésta es su casa de agua tanto como es la mía.

Pero no hay forma: encontronazo. Los ojos de ambos como platos y un momento de pasmo. ¿Dónde me meto? ¿dónde me meto? ¿qué hago? ¿dónde miro? Sé lo que quiero mirar, pero ¿dónde miro? Y de repente, se empieza a reír. Todo queda en suspenso: ¡se ríe! Mi cabeza se va recolocando, y empiezo a reír yo también. Como dos críos, nos damos cuenta de lo sencillo de la situación, de lo común que tenemos en la búsqueda del agua. Supone un alivio, y vuelvo a relajarme. Ahora, como quien no quiere la cosa, estoy como pez en el agua. Sin ser el único. 




Salpicar como el inicio de un juego. Nadar. Coger del pie y arrastrar. Más risas. Hundir en el agua apoyándose sobre los hombros del otro. Deslizarse de nuevo, coger aire. Perder la inocencia en el movimiento. Girar. Sentir la cercanía, el calor de otro cuerpo en el frío del agua. Todo eso en tan poco tiempo. De repente, tenía su pecho contra el mío, tenía apresado su cuerpo por la cintura, mi mano podía viajar por su cadera: la abarcaba. Y la sorpresa de ese viaje hacía que mi boca se abriera sin querer. La suya no encontró dudas y buscó con la lengua cómo generar un escalofrío que me daba permiso para poder beber. Agua en el agua. Con imprudencia inesperada. 

¿Cómo caer en el mismo error una y otra vez? Es una técnica depurada y sin sentido, un verdadero misterio, eficaz como pocos, recurrente. Con la capacidad de hacerte sentir una vergüenza de adolescente que no conoce más límite que el de ir disimulándola cada vez mejor, en proporción al número de canas.


¿De dónde viene esa finura depurando las ganas de hacerse invisible, no importa la edad que tengas, al tener la impresión de haberte equivocado una vez más? Confiar, confiar. Hay que seguir pensando que es necesario, por cuestión de supervivencia, pero se hace cada día más complicado. ¿Armaduras? Mucha apariencia, mucha rabia contenida, apuntada contra uno mismo, que no va más que en proporción a lo endeble que se muestra la hojalata que me cubre. Algo falla: me quiero acercar a la gente sin que haya heridos, pero no parece posible. La sabiduría no se muestra por ningún lado. Y cada vez que circulan las ganas sinceras de conocer y conocerme, sin mayores ansias, el capón viene sin verlo yo venir.





domingo, 11 de septiembre de 2011

- Si no sueño con nadie al levantarme no me despierto ese día
Entonces muchos días pasarían dormidos





El tiempo se para cuando soñamos. Podemos soñar a diario, pero a veces la persona con la que se supone que tenemos que compartir ese sueño no es la que aparece en él. A veces puedes soñar despierto, para salvar el día; fantasear lo llaman. Pero siendo estrictos, y realistas según lo difícil que es mantener una relación día tras día, lo normal sería que prácticamente nunca despertásemos.

Parece que cambia el tiempo. En los demás y en el aire. Algo en la rutina se modifica constantemente, causando mutaciones imperceptibles en la vida de cada cual, reescribiendo cada instante igual que caían las flores de Momo.

Esa evolución es relativa. Relativa e imperceptible, como digo. Quizá por eso sienta que mi tiempo se ha congelado. Quizá por eso me consideren extremadamente frío, sin capacidad de empatizar con nadie que no sea un animal. 


El caso es que no me importa.