viernes, 29 de junio de 2012

Otra vez. Otra vez. Otra vez.


¿Otra vez?


Puede que sí, 
otra caída ante unos ojos de luciérnaga, 
tan verdes y luminosos;

otra vez, sin pretenderlo ni esperarlo,
de hecho, sin esperar nada todavía,
puesto que está tan lejos,
muy lejos
de mi suerte.


Otra vez. Quizá.

Pero ahora, cuando le miro, y casi sin conocerle, 
me lleno de un poco de frío 
(sólo un poco) 
que para el mundo. 


Y cuando me permito un paseo por su cuerpo, en la distancia, 
cambio el frío por un mucho 
(ahora mucho) 
de ternura inconcebible e insensata.


Otra vez. Quizá otra vez. 


Aunque me lo tome a risa, piense "ya pasará", 
y no vea un solo atisbo de reciprocidad 
que alimenta el desvelo


ha entrado en mi sueño.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Espero te desvanezcas pronto,
y dejes paso
a la tranquila indiferencia que fue
la rutina


Espero que esto sea suficiente
como pago 
por los servicios prestados: no es posible 
besar
a los ausentes
Qué tontería... Casi no he tenido ocasión de acercarme a ti y ya te has ido. Por decirlo de algún modo. Porque ¿qué es si no haberte convertido en tanto silencio?. El jueves, día clave para ti, día en el que todo cambia, me dices. Y te quiero preguntar qué pasó el jueves para marcharte de este modo, "que aquí no ha pasado nada", pero supongo (indiscreción aparte) que no responderías. Así que me quedo inconforme con otro trozo más de tu silencio. 

Invade el aire un olor a ridículo, a golpe fuerte de timidez, a tristeza.

Y sabe un poco amargo. Será algún tipo de infección melancólica que no consigo erradicar apelando a la lógica, al desconocimiento de tu persona: porque echo de menos lo que intuía de ti, la puerta entreabierta, las palabras, la música, la presencia impalpable, tantos besos casi prometidos.

Has sido el amor más rápido e inesperado de mi vida. Aún no he podido procesar la sorpresa de las sonrisas nuevas y ya has desaparecido. A lo mejor, en tu melancolía, te parece hermoso, y puede que lo sea; pero nunca tanto como pudo ser el descubrimiento tras la puerta. Bajo una manta. Sin prendas.

Una vez más, espero saber tirar la toalla, espero curarme a pesar de lo agridulce del ansia que no calmamos. La brevedad jugará a mi favor. O eso espero.



martes, 27 de septiembre de 2011

Me gustan sus jodidas patillas. Procuro no mirar, pero encuentro alguna excusa, las miro, y resoplo. Me acuerdo de cómo evita cruzar la mirada, pero que cuando la cruza se queda enganchado. Y entonces empiezo a rebuscar algún color que describa el de sus ojos. Nada, no puedo. Desgreñado, con ojos de color imposible, ademanes derretidos, barba cuidada, y unas patillas que sólo me dirigen a su cuello. Qué hambre... Se hace complicado no preguntar, no saber, no mirar; sobre todo cuando tienes la certeza de que sería más que factible. ¿Cómo vencer la curiosidad? Lo dicho: se hace complicado. Malditas novedades...


[...]


La sensación de ansia crece.


No poder tener algo que se quiere hace que se quiera más. Los pensamientos que fomentan ese ansia se enquistan en el puto cerebro: cómo será el primer tacto de sus labios, cómo rozará los míos con la punta de su lengua... Aunque consigas parar ahí, sólo con eso, cómo despegarse de una sensación tan deliciosa...



Se me seca la boca. Y la realidad no está aquí para arreglarlo.


[...]


Y lo que más me cuesta es no decírselo.

viernes, 23 de septiembre de 2011


Eres silencio que se cuela en la cabeza y, sin que me percate, llena todo en nube confortable, impidiendo filtrar el mundo con otros ojos que no tengan el color de los tuyos. Eres extrañamente delicada, casi frágil, mientras sé que puedo esperar de ti un golpe tan rotundo como amable que me deje sin respirar. Cuando creo que puedo ver a través de ti haces algún movimiento que descoloca todas las piezas del tablero, me desarmas y te ríes. Y yo no puedo hacer otra cosa sino reír también, porque por mucho que atisbe pliegues de futuro incierto contigo cerca y lejos a la vez, tengo que rendirme: no encuentro un sólo motivo para distanciarte en mi vida.

Eres sencilla. A veces peco de soberbia y te defino "simple", hasta que inevitablemente llega una crisis más en mi estupidez,  intuyes que algo malo vuelve a atravesarme y acudes al rescate, con esa "simplicidad" tuya de análisis y palabra. Eres, simplemente, sabia. Algo inesperado en tu hermosa juventud.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Voy a escribir hasta que me cortes, sólo porque siento agradable "tenerte aquí", detrás de un puntito verde que no significa apenas nada. 

Voy a escribir intentando que no se me escape pulsar la tecla que envíe lo que escriba, porque no estoy segura de que sea buena idea (una imprudencia más) dejar correr los dedos sobre teclas intentando hacer un mal poema para alguien que apenas conozco, pero alguien a quien haría todas las preguntas y ninguna, mejor cuanto más cerca posible te tuviera, para conseguir, con suerte, recrear la sombra de una complicidad imaginaria.

Las cicatrices duelen. Debe ser el cambio de tiempo, junto a las noticias que llegan, recientes y a la vez desvaídas. Se acentúa la soledad y no encuentro nada que consuele el latido que duele sobre la herida cerrada. Por eso escribo y, tras la vergüenza, deseo que se deslice el dedo que te envíe este error, para ver si eres consuelo, aunque pasajero, a esta mirada hueca que decido volcar hoy sobre mi vida. 
Ni siquiera el domingo
voy a poder verte,
que es cuando uno engorda de pereza.


Te desvaneces
despacio y con parsimonia
la misma parsimonia que
borracho
mostrabas camino de perpetrar un robo:
el de un beso que no quise.


Y por eso ahora adelgazas
y adelgazas
y te vas
despacito
arrastrando lo que queda de verano
en el tímido comienzo de tu melancolía,
llevándote contigo la oscuridad 
de ese beso que ahora quiero.