martes, 27 de septiembre de 2011

Me gustan sus jodidas patillas. Procuro no mirar, pero encuentro alguna excusa, las miro, y resoplo. Me acuerdo de cómo evita cruzar la mirada, pero que cuando la cruza se queda enganchado. Y entonces empiezo a rebuscar algún color que describa el de sus ojos. Nada, no puedo. Desgreñado, con ojos de color imposible, ademanes derretidos, barba cuidada, y unas patillas que sólo me dirigen a su cuello. Qué hambre... Se hace complicado no preguntar, no saber, no mirar; sobre todo cuando tienes la certeza de que sería más que factible. ¿Cómo vencer la curiosidad? Lo dicho: se hace complicado. Malditas novedades...


[...]


La sensación de ansia crece.


No poder tener algo que se quiere hace que se quiera más. Los pensamientos que fomentan ese ansia se enquistan en el puto cerebro: cómo será el primer tacto de sus labios, cómo rozará los míos con la punta de su lengua... Aunque consigas parar ahí, sólo con eso, cómo despegarse de una sensación tan deliciosa...



Se me seca la boca. Y la realidad no está aquí para arreglarlo.


[...]


Y lo que más me cuesta es no decírselo.

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